14/01/2016
El pantalón de campana ha regresado a nuestros armarios y todavía no nos explicamos cómo, siendo nosotras las mismas que un día perjuramos habernos casado con el pantalón de pitillo, aquel extraño amigo que por 2002 asomaba tímidamente en tienda y que no todo el mundo estaba dispuesto a vestir.
Es más, nos fanatizamos con el pitillo ultraslim, ultraelástico y ultra-dos-tallas-menos, y de ahí, hasta con el pitillo jeggin (ese despropósito híbrido de horrible leggin que quiere dárselas de ser pantalón vaquero) nos atrevimos. Bueno, yo no. Me queda decencia para algunas cosas.
Entonces ¿cuáles han sido las claves para que comencemos a lanzar por la ventana del vestidor (en vez del armario, porque solo hago que ver vestidores por las redes sociales. Vaya pisazos, guapas) a nuestro ex adorado pantalón pitillero?
Hoy, os desgrano las 5 claves por las que nos hemos cambiado de acera pantalonera.
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